EL SEÑOR DEL ULA ULA
El señor del
Ula Ula ha sido una epifanía en esta cuarentena. José Bestilleiro, español
de 85 años, radicado en Venezuela desde hace 60, va con su ropa gastada, su sonrisa
y sus dos ula ula que hace girar
en sus brazos, piernas y hasta en el cuello, c on una agilidad propia de un adolescente.
Este incansable
señor acude religiosamente a la misma isla de la Avenida Urdaneta, en Caracas. Día
y noche. Desde que estudio en la universidad, cada vez que pasaba por esa avenida
porque tenía que ir al trabajo, a la universidad, a un restaurante o al centro
comercial… veía dos aros de plástico aferrándose, con cada giro, a los pies y
brazos de un señor mayor con alma de Peter Pan y la sonrisa de los niños perdidos.
Recientemente lo volví a ver por las redes
sociales, ¡qué maravilloso fue encontrarlo de nuevo!, sigue en la misma
avenida, quizá con los mismos ula ula y la misma ropa, pero indudablemente
con la misma alegría, el mismo entusiasmo por la vida y la misma sonrisa que,
por estos tiempos, solo se refleja en su mirada ya que está usando un tapabocas,
ya saben, por el virus.
El señor Jose,
al menos de lo que pude observar desde lejos, nunca tuvo una mala actitud a
pesar de las adversidades: el frio o el calor, el hambre, el esfuerzo físico y
mental, la edad… nada de eso ha sido excusa para no ofrecerte el mejor espectáculo
de la Avenida Urdaneta y la sonrisa más tierna que no verás en ninguna otra
persona con mejores condiciones. Ahora lamento no haber podido detener mi ritmo
de vida por un instante y acercarme a ese señor para ofrecerle, al menos, una sonrisa
de vuelta.
En estos tiempos
cuando enfrentamos una batalla contra un virus, donde miles de vidas se han
perdido, donde la economía se ha visto afectada a escala mundial, donde el caos
y el pánico afectan a las personas a tal nivel que exacerban sus formas más
primitivas, donde muchas familias se han visto forzadas a separarse, es que nos
empezamos a cuestionar los verdaderos placeres de la vida.
El dinero,
el poder, la ideología, la raza, la nacionalidad, la fama, los lujos, los títulos se han devaluado ante esta inminente calamidad que nos afecta a todos sin
distinción alguna. Ahora, los principales posts en redes sociales, meetings corporativos,
declaraciones gubernamentales y esfuerzos sociales se han enfocado en el cuidado
de la salud física y mental de los individuos, en la familia, el prójimo, en los
árboles, la tierra, el aire, el mar, los ríos, los glaciares, las flores, los osos,
las cebras, los conejos, las águilas, las golondrinas, las serpientes, los
ratones… Una inversión de valores se ha establecido para cambiar nuestro estilo
de vida, ahora es tarea de nosotros continuar y mantener el nuevo orden después
de que esto pase.
En estos momentos, hemos detenido nuestro ritmo de vida por un instante y quiero creer
que disponemos del tiempo suficiente para pensar en esas cosas tan simples, que
muchas veces pasamos por alto porque pensamos que no requieren nuestra atención,
pero que son la base de nuestra vida. Aprender a apreciar estas pequeñas cosas
es una oportunidad para liberar la mente de problemas banales creados para
satisfacer una pretensión, para reconocer al otro como igual y crear un
ambiente de solidaridad y cooperación, para aprender que todos estamos correlacionado y que cuidando a los demás también
me cuido a mi mismo. Una oportunidad para meditar
sobre nuestras acciones y nuestro propósito en esta nave, para dejar de pensar
en mí y en mi tiempo, y empezar a ver más allá de mi nariz. Para sonreírle más
a la vida y cambiar mi actitud ante las adversidades.
Aprovecharé este tiempo para hacer una introspección y evaluar mi conducta, y si hay
que hacer un cambio, que es lo más que seguro, empezar de
inmediato. La vida nos está dando una nueva oportunidad para escoger el camino
correcto.
Más allá de
las repercusiones políticas, económicas y humanas, hemos visto
también como el planeta toma un descanso de nuestro atareado estilo de vida que,
desde hace siglos, ha tenido acorralada a la naturaleza. El aire está más puro, el cielo más azul, animales silvestres transitan por las ciudades, las aguas se aclaran, la naturaleza recupera sus colores.
Además del
respiro que le estamos dando al medio ambiente, espero que el tiempo invertido
en esta cuarentena nos haga reflexionar y logremos aprender la lección que intrínsecamente trae este virus, de lo contrario, que el siguiente sea inclemente.


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