LA HIBRIS DEL VUELO 2472
Hace unos meses, tuve lo que puedo traducir como la peor y, a su vez, gran experiencia de mi vida hasta los momentos, un choque de realidad al mejor estilo de los dioses griegos, que hacen retornar a su sitio a los desmesurados y arrogantes mortales que osan a desafiarlos.
Una experiencia de vida que nunca olvidaré.
Ufanado por salir de vacaciones, contaba mis bienaventuranzas a mis colegas. El hecho de viajar en una situación de pandemia, donde había gran cantidad de obstáculos migratorios, hacía que fuera una hazaña un poco descabellada pero, venga, yo quería viajar, y nadie me lo iba a impedir.
Llegó el día, todos los que escucharon de mi viaje, me deseaban lo que es propio: “buen viaje”. Al llegar al aeropuerto, todo parecía sencillo, bonito e, incluso, afortunado. Seguía recibiendo mensajes para saber de mi vuelo, a lo que respondía que ya estaba a punto de comenzar. Llega el momento: abordar, cinturones, instrucciones, despegue… ¡pero, espera!, antes de perder la señal, subir una foto a la red social de moda, para no perder la costumbre. El exceso…
Durante el vuelo, vi una película: Deadpool 2, lo que parecía que no sería algo memorable, se convirtió luego en un presagio. En la película, Althea le dice a deadpool: “a veces hay que morir un poco para empezar a vivir”. Esa frase me marcó de manera inconsciente y la guardé en esa área de mi cerebro. Sentía que sí era cierto, pero no sabía qué significaba, aún.
Aterriza el avión: enfrentar migraciones.
En la cola para la entrevista con el funcionario de migraciones, había 4 posibles lugares. Al llegar al inicio de la cola, decidí irme al penúltimo lugar, donde se encontraba la señorita rubia, de lentes. Parecía agradable.
Comienza la entrevista y todo iba bien, hasta que hizo alguna pregunta capciosa que quizá la hizo dudar sobre el resto de la entrevista. En ese momento se retira hacia otra habitación desde donde me hace señas para dirigirme hacia allí, y me pide que espere en una silla, junto a otras personas.
Estando ahí, aún no entendía que pasaba. Me hicieron llenar un formulario donde, con mi exceso de confianza, respondía todo muy a la ligera, sin considerar que algo estuviera pasando.
Encuentro con los dioses
Una vez terminado ese proceso, me trasladan a otra habitación, un espacio reducido con anaqueles de aluminio, sillas, y un escritorio sobre el cual descansaba un teléfono. A la sala, entra otra funcionaria de migraciones y resume las crónicas de una muerte anunciada: “están aquí porque su ingreso ha sido rechazado y serán devueltos a su país de origen en el siguiente vuelo”
Fulminante. Las vacaciones soñadas, anunciadas, publicadas, ufanadas... fueron arrebatadas con una brutalidad sin fallo. Sentía que mi mundo se derrumbaba, porque a pesar de estar de vacaciones, debía seguir atento a ciertos temas del trabajo, y el hecho de estar ahí encerrado me iba a privar de ello.
Al principio todo era confuso, no entendía nada, no sabía como había llegado hasta ahí. Mucho después lo comprendí, sin embargo, en ese momento no hallaba explicación. Se me permitió una llamada de 3 minutos, la cual usé para avisar a un compañero de trabajo lo que estaba sucediendo. Paradójico que eso era lo que más me preocupaba. Más tarde me despojaron de mis pertenencias, las trenzas de mis zapatos fueron retiradas y fui inmerso en un mundo de camarotes y caras frustradas.
Me encontré con varias personas, unas tenían horas ahí, otros tenían un día o más. Algunos no hablaban buen español, otro no lo hablaba para nada. Todos estaban nerviosos. Los más “antiguos” trataban de tranquilizar a los recién llegados, pero todo era un escenario de incertidumbre y desasosiego.
Al rato me llamaron para firmar el acta de rechazo, donde expresaban las razones por las cuales no permitían el ingreso, verdades a medias, y algunas que otras falsedades, con la intención de justificar su decisión. Me hallé en un mundo desprovisto de todo, no sabía que hacer, no tenía con quien quejarme, no valía la pena llorar, preguntar, quejarse, reconsiderar, hablar, justificar, solicitar una reconsideración… nada. La decisión ya estaba tomada. Firmé a regañadientes el acta y me adentré de nuevo a mi camarote, donde la desesperación y la ansiedad se volvió a apoderar de mí.
Me desesperé y lloré.
Pasaban las horas, pero no sabía cual era la exacta. El frio hacía presumir que era de madrugada. El sueño era imposible de conciliar, sin embargo, el agotamiento se impuso sobre la ansiedad y me quedé dormido.
De momentos, quienes eran mis compañeros de ese claustro, conversaban y exponían sus realidades, eso me tranquilizaba un poco, me distraía la mente, y me hacía considerar otros aspectos. Me sacó de mi egocentrismo.
Luego de varias pláticas y anécdotas, realmente se hizo una hermandad, nos reconfortamos mutuamente. Había un compañero que es religioso, y organizó una oración para todos, creyentes o no creyentes se unieron a la oración. La oración no fue para que nos sacaran de ahí lo antes posible, sino para sobrellevar todas las cosas que nos estaban sucediendo, aceptar el presente y enfrentarlo con la mejor disposición y entereza, para aprender de las buenas y malas experiencias y para agradecer por la vida que teníamos y las almas que estábamos tocando.
Fue bastante reconfortante. Eso me calmó enormemente.
Luego abordé el avión, llamamos a todas las personas que pudimos, les contamos lo que había sucedido y el estado de sus familiares que aún se encontraban en el aeropuerto
, incomunicados.
La llegada a Lima nunca había sido tan dulce.
La hibris es un concepto griego que puede traducirse como "desmesura" del orgullo y la arrogancia. No hace referencia a un impulso irracional y desequilibrado, sino a un intento de transgresión de los límites impuestos por los dioses a los hombres mortales y terrenales.
En la Antigua Grecia aludía a un desprecio temerario del espacio personal ajeno, unido a la falta de control de los impulsos propios, siendo un sentimiento violento inspirado por las pasiones exageradas. En síntesis, hibris es un castigo lanzado por los dioses. Se relaciona con el concepto de moira, que en griego significa "destino", "lote" y "porción" simultáneamente. El destino es el lote, la parte de felicidad o desgracia, que corresponde a cada uno en función de su posición social y de su relación con los dioses y los hombres. Ahora bien, la persona que comete hibris es culpable de querer más que la parte que le fue asignada en la división del destino.
Herótodo lo expresa claramente en un pasaje: "Puede observar como la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; en cambio, los pequeños no despiertan sus iras. Puede observar también como siempre lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y lo árboles más altos, pues la divinidad tiende a abatir todo lo que descuella en demasía".
En la antigua filosofía griega, se concebía un solo camino para no caer en la hybris: aprender el verdadero significado de la frase, conlleva inevitablemente a verse uno mismo como ser humano ante tu propia identidad y, por lo tanto, descubrir nuestras miserias, como nos engañamos y mentimos para alimentar nuestro ego.
Conócete a ti mismo es una invitación a una mirada introspectiva, como el detectar nuestras carencias y defectos y mantener prudencia en el manejo de nuestra lengua. Una llana y sincera capacidad de autocrítica. El alma tiene que estar en consonancia con el cosmos y elevarse a la Unidad, a la fuente original que la mayoría de los filósofos abogaban con una vida equilibrada.

Comentarios
Publicar un comentario